Incluso para los estándares de los últimos años, el 2024 ha sido un año de agitación en el que han estallado nuevos conflictos, se agudizaron las crisis existentes y se multiplicaron los desastres provocados por el clima. Como resultado, el número de personas obligadas a huir de sus hogares por conflictos y persecuciones alcanzó casi los 123 millones a finales de junio. Una cifra que, sin duda, ha aumentado aún más con la escalada del conflicto en Oriente Próximo y los cientos de miles de personas que siguen huyendo de la violencia en Sudán, Ucrania, la República Democrática del Congo y otros lugares del mundo. Mientras aumentan los nuevos desplazamientos, millones de personas se encuentran atrapadas en situaciones de exilio prolongado, sin poder regresar a sus hogares de forma segura y sin la posibilidad de reconstruir sus vidas en los sitios a los que han huido. Se necesitan soluciones urgentes, no solo para poner fin a los conflictos, sino también para que los refugiados y otros desplazados forzosos tengan la oportunidad de contribuir a sus nuevas comunidades.

© ACNUR/Andrew McConnell

Personas refugiadas sudanesas recién llegadas a la ciudad fronteriza de Adré, al este de Chad.

Conflicto en Sudán

La guerra y el derramamiento de sangre en Sudán han continuado sin tregua, causando un sufrimiento inimaginable y provocando un éxodo que ahora se considera una de las mayores crisis de desplazamiento a nivel mundial, incluso mientras el mundo miraba en gran medida hacia otro lado. Desde el estallido de los enfrentamientos en abril de 2023, más de 12 millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares. Esto incluye a más de tres millones de personas que han huido a países vecinos y 8,4 millones de personas desplazadas dentro de Sudán. El conflicto ha tenido un impacto devastador en la seguridad alimentaria, y ahora más de la mitad de la población se enfrenta al hambre aguda. Las personas llegan una situación desesperada a los países vecinos, como Chad, Sudán del Sur y Egipto, donde los servicios nacionales de salud, educación y asistencia social están al borde del colapso, y los fondos de la comunidad internacional son insuficientes para cubrir las necesidades. La temporada de lluvias empeoró las ya terribles condiciones en los campamentos superpoblados tanto dentro de Sudán como en Chad y Sudán del Sur, donde las inundaciones generalizadas contribuyeron a brotes de cólera y malaria. En 2025, si los esfuerzos de paz fracasan y la guerra continúa, se proyecta que el número de personas obligadas a huir superará los 16 millones, una cifra que desafiaría los esfuerzos por satisfacer incluso las necesidades humanitarias más básicas.

Varias personas que huyen de los ataques aéreos israelíes en Líbano cruzan la frontera de Jdeidet Yabous hacia Siria, el 7 de octubre de 2024.

Emergencia en el Líbano

A partir de finales de septiembre, el recrudecimiento de los ataques israelíes golpeó decenas de localidades en todo el Líbano, causando la muerte de miles de personas y desplazando a cerca de 900.000 dentro del país. Otros 557.000 cruzaron hacia Siria, la mayoría de ellos sirios que habían hecho el viaje inverso al Líbano años antes en busca de seguridad.

Tras un frágil alto el fuego que entró en vigor el 27 de noviembre, muchos desplazados han comenzado a regresar al sur del Líbano. Sin embargo, más de dos meses de ataques han reducido muchas áreas a escombros, y la reconstrucción podría tardar años.

ACNUR y sus socios de la ONU y ONG están proporcionando ayuda de emergencia y kits de invierno a las personas desplazadas y retornadas en el Líbano, pero se necesita una financiación significativamente mayor. ACNUR ha pedido repetidamente ceses al fuego duraderos que pongan fin al sufrimiento en el Líbano y Gaza, y ha solicitado la reanudación de fondos críticos para la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA).

Las familias regresan a Siria desde Turquía por el cruce de Bab al-Hawa.

Siria en una encrucijada

Una ofensiva lanzada por grupos armados el 27 de noviembre condujo al derrocamiento del gobierno anterior el 8 de diciembre. Esto ha creado esperanzas de poner fin a la mayor crisis de desplazamiento del mundo, pero también incertidumbre sobre el futuro inmediato del país.

Antes de estos eventos dramáticos, más de 13 millones de personas seguían desplazadas dentro de Siria o en países vecinos. Tras casi 14 años de conflicto, las necesidades humanitarias alcanzaron niveles récord en medio de una destrucción generalizada de viviendas e infraestructuras y un colapso económico. Desde el inicio de la ofensiva, alrededor de un millón de personas, principalmente mujeres y niños, se han visto desplazados desde áreas como las provincias de Alepo, Hama, Homs e Idlib, muchas de ellas por segunda vez.

Tras el derrocamiento del gobierno, miles de sirios han regresado espontáneamente al país desde el Líbano y Turquía, mientras que otros han huido en la dirección opuesta. Millones de refugiados sirios siguen de cerca los acontecimientos en su país para evaluar si la transición de poder será pacífica, respetará sus derechos y permitirá un regreso seguro.

© ACNUR/Felicia Monteverde Holmgren

Valentyna Zavadska, de 63 años, se encuentra entre las ruinas de su casa en la región de Mikolaiv, al sur de Ucrania. Ha recibido ayuda de ACNUR y sus socios para construir un espacio habitable en un edificio adyacente

Más de mil días después de que Rusia lanzara su invasión a gran escala de Ucrania, miles de ucranianos han muerto y 6,7 millones se han convertido en refugiados, incluidos los 400.000 que cruzaron a Europa en busca de seguridad entre enero y agosto de este año.

Los ataques aéreos coordinados se han intensificado en ciudades como Kyiv, Járkov, Odesa y Dnipró, y las personas continúan huyendo o siendo evacuadas de sus hogares en comunidades de la línea del frente en el este del país, uniéndose a más de 3,5 millones que siguen desplazados internamente. Incontables niños están sin escolarizar, y tienen que estudiar por internet o, en algunas de las áreas más afectadas por la guerra, en refugios subterráneos para evitar los frecuentes ataques aéreos.

ACNUR trabaja con el gobierno de Ucrania para apoyar la respuesta humanitaria, así como los esfuerzos de reconstrucción. Sin embargo, en contraste con el masivo apoyo y solidaridad hacia Ucrania al inicio de la guerra a gran escala, ahora corre el riesgo de convertirse en otra crisis olvidada. EL país soporta su tercer invierno de guerra y los recientes ataques a la infraestructura energética han interrumpido el suministro de calefacción, electricidad y agua y millones haciendo que millones de personas estén en una situación desesperada.

Un niño sentado entre las ruinas de la casa de su familia en la provincia de Baghlan, Afganistán, después de que esta fuera destruida por una inundación repentina en mayo de 2024.

Más de tres años después de la llegada al poder de los Talibanes en agosto de 2021, los afganos siguen enfrentándose a una crisis económica, el legado de décadas de conflicto, los crecientes efectos del cambio climático y la reducción de derechos y libertades para mujeres y niñas.

Aunque la situación general de la seguridad ha mejorado, el país sigue dependiendo en gran medida de la ayuda humanitaria. Los refugiados que han regresado recientemente y aquellos que todavía están desplazados dentro de Afganistán son particularmente vulnerables y necesitan apoyo. ACNUR está proporcionando ayudas económicas, refugio, y formación profesional y para el desarrollo de habilidades. Las devastadoras inundaciones en mayo y julio causaron una destrucción generalizada y desplazamiento en comunidades que ya estaban lidiando con múltiples crisis.

En agosto, las autoridades de facto anunciaron una nueva ley sobre la Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio, que introdujo más restricciones a las libertades de las mujeres, incluyendo el movimiento, la vestimenta y el comportamiento, así como a los derechos de las minorías religiosas y las personas LGBTQI+. Estas restricciones, combinadas con las crecientes dificultades económicas, están afectado gravemente el bienestar y la salud mental de los afganos, especialmente de las mujeres afganas, lo que hace que las intervenciones psicosociales de ACNUR sean más necesarias que nunca.

Un trabajador de divulgación comunitaria sensibiliza sobre el mpox en un campamento de desplazados de Rusayo, en la República Democrática del Congo, el 26 de septiembre de 2024.

La crisis en la República Democrática del Congo (RDC) sigue siendo una de las más complejas y desatendidas del mundo. Décadas de enfrentamientos entre las fuerzas armadas congoleñas y diversos grupos armados no estatales han estado acompañadas de graves violaciones de derechos humanos y violencia de género, dejando a 6,4 millones de personas desplazadas dentro del país y más de un millón viviendo como refugiados en la región.

El resurgimiento de los combates en las provincias orientales del país obligó a más de 940.000 personas a huir solo en la primera mitad de 2024. Muchas ahora viven en campamentos superpoblados y antihigiénicos, donde corren peligro constantemente y están en riesgo de contraer enfermedades, incluido el mpox. La RDC ha sido el epicentro de un brote de mpox este año, con algunos casos sospechosos entre refugiados y personas desplazadas.

ACNUR está proporcionando asistencia de emergencia, incluyendo refugios, mantas, kits de cocina y apoyo psicológico, pero la grave escasez de fondos está obstaculizando su capacidad para responder a la crisis.

Personas refugiadas rohingyas que llegan a Ulee Madon, en Aceh del Norte, Indonesia, procedentes de Bangladesh, descargan sus pertenencias.

Más de siete años después de que unos 750.000 rohinyás huyeran de la violenta represión en el estado de Rakhine, en Myanmar, hacia Bangladesh, la solución a la crisis sigue siendo esquiva. En Myanmar, el recrudecimiento del conflicto armado durante el último año ha empeorado las condiciones para los rohinyás que permanecen en Rakhine y ha provocado niveles récord de desplazamiento interno en todo el país.

El deterioro de la situación de seguridad ha tenido un efecto dominó en el millón de refugiados rohinyás que viven al otro lado de la frontera con Bangladesh, en 33 campamentos en Cox Bazar. La falta de financiación también ha obstaculizado gravemente los esfuerzos para apoyar a los refugiados en los campamentos, lo que ha llevado a la reducción de las raciones de alimentos en la primera mitad del año, a centros de salud sin equipos especializados y medicamentos, y a un deterioro en la calidad del agua, que ha provocado un aumento de casos de cólera y hepatitis.

Los campamentos también se han visto afectados por una serie de desastres, desde devastadores incendios en la temporada seca hasta deslizamientos de tierra e inundaciones repentinas durante la temporada del monzón. Las condiciones cada vez más precarias en los campamentos están llevando a más rohinyás a arriesgarse en peligrosas rutas marítimas hacia Indonesia y otros lugares.

Inundaciones en el estado brasileño de Rio Grande do Sul. En muchos de los barrios más afectados vivían personas refugiadas.

Con 2024 en camino de ser el año más cálido registrado, los eventos climáticos extremos han causado estragos en todo el mundo. Su impacto ha sido particularmente devastador en áreas ya afectadas por conflictos o que albergan a grandes cantidades de personas desplazadas por la fuerza.

Un informe publicado por ACNUR en noviembre reveló que tres cuartas partes de las personas desplazadas por la fuerza viven en países fuertemente afectados por el cambio climático, mientras que la mitad reside en lugares impactados tanto por conflictos como por graves riesgos climáticos. Muchas de las personas que han huido de los enfrentamientos corren el riesgo de ser desplazadas nuevamente por sequías e inundaciones severas.

Este fue el caso en Kenya, Burundi y Somalia entre marzo y mayo, cuando intensas lluvias azotaron África Oriental, inundando campamentos que albergan a refugiados y desplazados internos. También en mayo, más de medio millón de personas en el sur de Brasil fueron desplazadas por inundaciones, incluidos refugiados y personas que necesitan protección internacional provenientes de Venezuela, Haití y Cuba. Este año, las catastróficas inundaciones también han afectado a personas desplazadas en Yemen, Sudán y en toda África Occidental y Central.

Además de proporcionar asistencia de emergencia a quienes se ven afectados por estos desastres, ACNUR está pidiendo que se dirijan más fondos destinados al clima hacia los refugiados y las comunidades de acogida para ayudarles a prepararse y adaptarse a los efectos cada vez más graves del cambio climático.

Josefina Cheia, Oficial de Violencia de Género de ACNUR en Mozambique, hace un gesto con la mano que significa “alto a la violencia contra las mujeres y las niñas”.

La violencia de género es una amenaza para las mujeres y niñas en todo el mundo, afectando a una de cada tres mujeres, según la ONU. Para las mujeres atrapadas en conflictos o forzadas a huir de sus hogares, los riesgos son aún mayores, y las cifras sugieren que la amenaza está aumentando a medida que los conflictos se multiplican. Solo el año pasado, los informes de violencia sexual relacionada con los conflictos aumentaron un 50%, incluso a pesar de que muchas víctimas no pudieron buscar ayuda.

En Sudán, mujeres y niñas denuncian niveles alarmantes de violencia sexual en las áreas afectadas por el conflicto y mientras huyen hacia países vecinos. En la República Democrática del Congo, las mujeres y niñas están soportando la peor parte del conflicto, con un aumento vertiginoso de las violaciones y de la explotación sexual por parte de miembros de la comunidad. En Afganistán, las crecientes restricciones sobre las mujeres y las niñas y las altas tasas de violencia doméstica han contribuido a una crisis de salud mental.

ACNUR trabaja con las comunidades de refugiados y de acogida, y con socios locales, para proporcionar apoyo psicosocial, alojamiento seguro, asistencia legal y en efectivo a las víctimas, mientras implementa programas de prevención.

Adolat Shabozova (al centro) ha recibido recientemente un pasaporte tras muchos años de vivir como apátrida en Tayikistán.

Este año culminó la campaña #IBelong, liderada por ACNUR durante una década. En ese tiempo, más de medio millón de personas en todo el mundo que vivían en la sombra, privadas de su derecho a una nacionalidad, han adquirido la ciudadanía.

En la última década, al menos 22 países adoptaron planes nacionales para poner fin a la apatridia y este año, Turkmenistán, al igual que Kirguistán, anunció que había erradicado todos los casos conocidos de apatridia en el país. Tailandia también dio un paso importante hacia la eliminación de la apatridia al aprobar una vía acelerada para la residencia permanente y la nacionalidad de casi medio millón de personas, incluidos miembros de grupos étnicos minoritarios, mientras que Sudán del Sur se adhirió a dos convenciones clave sobre apatridia.

A pesar de que aún queda mucho por hacer, ACNUR lanzó en octubre una nueva Alianza Global para Poner Fin a la Apatridia, que incluye a más de 100 Estados y organizaciones de la sociedad civil que se han comprometido a consignar la apatridia a la historia.

Miembros del Equipo Olímpico de Atletas Refugiados durante la ceremonia de inauguración en París el 26 de julio de 2024.

Durante el verano, 45 atletas y paraatletas refugiados compitieron en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París 2024, formando los equipos de refugiados más grandes jamás vistos en ambos eventos. Durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, el Alto Comisionado para los Refugiados, Filippo Grandi, recibió el Laurel Olímpico por su trabajo, junto con el de ACNUR, utilizando el poder del deporte para mejorar las vidas de los refugiados y otras personas desplazadas.

La boxeadora Cindy Ngamba ganó la primera medalla en la historia del Equipo Olímpico de Refugiados, un bronce en la categoría femenina de 75 kg, mientras que otros miembros del equipo, que compitieron en 12 deportes, rompieron récords personales y mostraron su talento y determinación al mundo.

Unas semanas más tarde, en los Juegos Paralímpicos, Zakia Khudadadi y Guillaume Junior Atangana, junto con su corredor guía Donard Ndim Nyamjua, lograron históricas medallas de bronce en el taekwondo femenino para personas con discapacidad y en la carrera de 400 metros T11 masculina, respectivamente, acaparando los titulares y poniendo en primer plano a los aproximadamente 18 millones de personas con discapacidad que están desplazadas por la fuerza en todo el mundo.

ACNUR se asoció con el Comité Olímpico Internacional, la Fundación Olímpica para los Refugiados y el Comité Paralímpico Internacional para apoyar a los refugiados en los Juegos Olímpicos y Paralímpicos.

Source of original article: United Nations (news.un.org). Photo credit: UN. The content of this article does not necessarily reflect the views or opinion of Global Diaspora News (www.globaldiasporanews.net).

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