Los migrantes deportados de la República Dominicana a Haití, dos naciones caribeñas que comparten la isla de La Española, han hablado con la ONU sobre los retos de regresar a un país en crisis que apenas conocen.
Mireille
Embarazada y agotada, con una pequeña bolsa en la mano que contenía todas sus pertenencias, Mireille* estaba de pie bajo el implacable sol haitiano, sin saber qué hacer a continuación.
Acababan de deportarla de la República Dominicana, país al que llamaba hogar desde que tenía ocho años.
“Me deportaron a un país en el que nunca viví”, dijo, llena de una mezcla de rabia y desesperación.
La República Dominicana había sido su hogar durante casi tres décadas. Allí construyó su vida, forjó relaciones y creó recuerdos. Pero, de la noche a la mañana, se convirtió en una forastera, despojada de su dignidad y obligada a regresar a un país que no conocía.
El calvario de Mireille comenzó de madrugada, cinco días antes de cruzar la frontera con Haití, cuando la llevaron a un centro de detención abarrotado e incómodo, donde permaneció varios días antes de ser trasladada a la frontera.
“Llegué a Haití con miedo y sin saber qué hacer”, cuenta Mireille. “Apenas conozco este país y me cuesta saber por dónde empezar. Es desorientador y difícil”.
A lo largo de los años ha sido testigo de cómo Haití, la tierra que la vio nacer, se veía invadida por la violencia de las bandas y por crisis humanitarias, políticas y económicas.
Guerson y Roselène
Guerson y Roselène* habían pasado más de una década en la República Dominicana, construyendo sus vidas en Loma de Cabrera, no lejos de la frontera con Haití.
Guerson trabajaba como mecánico en un pequeño taller arreglando coches, motos y maquinaria agrícola. Sus manos, a menudo manchadas de grasa, eran motivo de orgullo. “La gente me confiaba sus vehículos”, dice. “Era un trabajo duro, pero podía mantener a mi familia”.
Roselène, por su parte, se ocupaba de su modesto hogar. Preparaba comidas y complementaba los ingresos familiares vendiendo patés y plátanos fritos a los vecinos.
Su vida cotidiana era sencilla pero estable. Su hijo Kenson asistía a un centro preescolar local, y Roselène hablaba de su orgullo al verle aprender a escribir su nombre.
Entonces llegaron las autoridades dominicanas. “Mis hijos no lo entendían”, dice Guerson. “Kenson preguntó si nos íbamos de viaje. No supe qué contestarle”.
Subieron a la familia a un camión. “Sujeté a mi bebé con tanta fuerza. Tenía miedo de que no sobreviviéramos al viaje”, recuerda Guerson.
Cruzar la frontera con Haití fue como adentrarse en el caos.
La ciudad de Ouanaminthe, Juana Méndez en español, que ya sufría un fuerte aumento de las deportaciones, carecía de capacidad para responder a la creciente crisis.
Las familias se quedaron paradas en carreteras polvorientas, con bolsas y niños en las manos, sin saber adónde ir.
“Nos quedamos ahí parados durante horas, perdidos”, cuenta Roselène. “Los niños tenían hambre. No sabía cómo consolarlos porque no me quedaba nada que darles”.
País en crisis
Mireille, Guerson y Roselène son sólo tres de los más de 200.000 haitianos repatriados forzosamente a su país de origen en 2024, alrededor del 97% de ellos desde la República Dominicana.
Sólo en las dos primeras semanas de enero regresaron del otro lado de la frontera casi 15.000 personas.
Regresaron a un país en crisis.
Los grupos armados controlan ahora amplias zonas del país, incluidas las principales carreteras de entrada y salida de la capital, Puerto Príncipe.
Los años de violencia han desplazado a más de 700.000 personas, obligando a las familias a refugiarse en albergues precarios que incluyen escuelas e iglesias abandonadas. En estos lugares, el acceso a alimentos, agua y atención sanitaria es limitado, lo que deja a muchas personas en una situación de extrema vulnerabilidad.
Casi 5,5 millones de personas, la mitad de la población de Haití, necesitan ayuda humanitaria para sobrevivir.
Red de seguridad al otro lado de la frontera
Afortunadamente, cuando los migrantes cruzan la frontera con Haití, no están solos.
La Organización Internacional para las Migraciones de la ONU (OIM) colabora con el Grupo de Apoyo a Repatriados y Refugiados (Groupe d´Appui aux Rapatriés et Réfugiés, GARR) para garantizar que los repatriados tengan acceso a una serie de servicios que cubran sus necesidades inmediatas, como apoyo psicosocial, derivaciones sanitarias, por ejemplo, atención prenatal, y distribución de artículos básicos como ropa, productos de higiene y artículos de aseo.
También se ofrece alojamiento temporal a los más vulnerables, para que puedan descansar y hacer balance antes de seguir adelante con sus vidas.
En el caso de los niños no acompañados, se organizan reagrupaciones familiares y, en casos de violencia de género, las supervivientes reciben atención especializada.
La OIM también trabaja con la Oficina Nacional de Migración (ONM), la agencia gubernamental haitiana para la migración.
La Oficina Nacional dirige el proceso de registro, asegurándose de que se tiene en cuenta a cada persona y trabaja con la OIM para evaluar las vulnerabilidades y proporcionar asistencia individual.
El futuro sigue siendo incierto para muchos retornados en un país donde la inmensa mayoría de la gente lucha por salir adelante día a día.
Guerson y Roselène mantienen la esperanza de regresar algún día a la República Dominicana. “Mientras tanto, encontraré la forma de trabajar”, dice Guerson en voz baja, con palabras que transmiten incertidumbre. “Hago esto por mis hijos”.
*Los nombres han sido modificados por razones de seguridad
Source of original article: United Nations (news.un.org). Photo credit: UN. The content of this article does not necessarily reflect the views or opinion of Global Diaspora News (www.globaldiasporanews.net).
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