Dos meses después del huracán Beryl, una de las tormentas más destructivas que se recuerdan, los residentes de las antes idílicas islas Granadinas del Caribe siguen luchando por reconstruir sus vidas y sus medios de subsistencia.

Con vientos de hasta 240 km/h, Beryl devastó infraestructuras esenciales y viviendas en muchas de estas pequeñas poblaciones isleñas, desplazando a miles de personas. En medio de las secuelas, surgen de entre los escombros historias de fortaleza y resistencia

Bajo el sol abrasador del mediodía, la Escuela Secundaria Gubernamental es un testimonio de cómo la vida en la isla de Canouan ha cambiado drásticamente. Transformada en un refugio improvisado para los desplazados, sus paredes están adornadas con ropa secándose. Los pupitres y los asientos, antaño símbolos de la educación, sirven ahora de camas para los que buscan refugio. 

“Todo ha desaparecido, arrasado. No hemos recuperado nada”, dice con dolor Glenroy Levie, madre de cinco hijos y embarazada de siete meses. Hace solo unas semanas, ella y su pareja trabajaban en un centro turístico local y llevaban una vida estable. Ahora se enfrentan a un futuro incierto, con sus sueños barridos por la tormenta. La escuela a la que asistían dos de sus hijos, Clinton y Tyra, acoge actualmente a más de 50 desplazados. 

Al igual que Glenroy, muchas otras mujeres y sus familias luchan por recuperar la normalidad mientras hacen malabarismos con los retos del desplazamiento y la pérdida. Latoya, que también se aloja en una de estas escuelas, no duda cuando se le pregunta por su urgente situación: “Necesito recuperar mi trabajo y construir una casa para vivir con mi pareja y mis hijos“. 

La furia del huracán no perdonó a nadie, destruyó dos tercios de los edificios y dejó a muchos sin hogar. La infraestructura de la comunidad – energía, agua y transporte – está en ruinas. El sector turístico, sustento de la economía de las islas, se enfrenta a pérdidas masivas, lo que conduce a un ciclo de desempleo, pobreza y creciente inseguridad alimentaria.

Un futuro incierto

En Ashton, un pueblo de la isla de Unión, prevalece un fuerte espíritu comunitario a pesar de la devastación. Las familias han abierto sus casas a los necesitados, demostrando la capacidad de recuperación de la isla. Fitzgerald Hutchinson, de 51 años, es uno de los que ofrecen refugio. “Siempre estamos pendientes de nuestros vecinos. Compartes lo que tienes, aunque solo tengas un poco”, dijo, haciendo hincapié en la necesidad de solidaridad durante la crisis. La casa de su madre, en la que ahora viven 17 personas, contrasta con la suya, destruida por el huracán. El barrio, antaño vibrante, es ahora un campo de escombros, o “arrasado”, como lo describen los lugareños.

Theresa, una superviviente de 62 años, es una de las personas que se alojan en casa de la madre de Fitzgerald. Recuerda los aterradores momentos de la tormenta, aferrada a su hermano discapacitado y a sus dos perros bajo los pilares de su casa. Ahora está desesperada por reconstruir su vida. “Pensamos que no sobreviviríamos mientras las olas rompían contra nosotros”, dice con lágrimas en los ojos.

Una recuperación larga y ardua

El camino hacia la recuperación de la isla de Unión será largo y arduo. El informe de Estimación Global Rápida de Daños Post-Desastre (GRADE, por su sigla en inglés) del Banco Mundial estima una pérdida de 230,6 millones de dólares, lo que representa el 22% del PIB de San Vicente y las Granadinas para 2023. El sur de las Granadinas, incluida la isla de Unión, sufrió de forma desproporcionada, con daños por valor de 186,8 millones de dólares, lo que representa el 81% del total nacional.

Mientras las familias siguen recogiendo los pedazos, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) está trabajando con el Gobierno de San Vicente y las Granadinas, así como con socios nacionales e internacionales para proporcionar ayuda de emergencia.

Se están distribuyendo tiendas, lámparas solares y lonas tarp, y se están elaborando planes de recuperación a largo plazo.

“Repararemos infraestructuras críticas como escuelas y suministraremos lámparas solares a la isla, carente de toda electricidad de tres a seis meses. Además, formaremos a unos 300 hogares en mejores técnicas de reconstrucción para que sus casas autoconstruidas sean más resistentes a futuros fenómenos meteorológicos”, declaró Martina Cilkova, coordinadora de Refugios y Asentamientos de la OIM en el Caribe. 

Más de la mitad de la población de la isla de Unión está desplazada en el continente, viviendo en refugios o con familiares y amigos.

Un día después del huracán, Latonya Collins, de 38 años, su madre y sus cuatro hijos abandonaron la isla de Unión. Embarazada de ocho meses, vio cómo su casa se desvanecía pedazo a pedazo. Ahora, gracias a la generosidad de un residente, todos se alojan en una casa desocupada de Saint Claire.  “Nunca había vivido algo así. Estamos traumatizados y seguimos teniendo recuerdos”, confesó Latonya, rompiendo a llorar. Anhela volver a la isla de Unión y se esfuerza urgentemente por conseguirlo. 

Source of original article: United Nations (news.un.org). Photo credit: UN. The content of this article does not necessarily reflect the views or opinion of Global Diaspora News (www.globaldiasporanews.net).

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